Como seres humanos poseemos estas cualidades: las emociones y las convicciones, además de muchas otras más, pero hoy quiero reflexionar sobre estas.
Entendemos por convicción que es la idea religiosa, ética o política a la que se está fuertemente adherido y puede guiar nuestras decisiones, así también están las emociones que son la alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática y que también pueden influir en la dirección de nuestras decisiones.
Ahora bien, no podemos negar que ambas influyen en nuestra forma de percibir lo que nos rodea e influyen, ya sea, positiva o negativamente en las decisiones cotidianas que tomamos y que debemos de saber bien a quien es que vamos a darle la mayor preponderancia en el momento decisivo.
Una persona que no tiene convencimiento de la valía de su trabajo, fácilmente se dejará llevar por lo que pueda dictarle su corazón. Podría menospreciarse o sobrevalorarse y ambas posturas son perjudiciales.
Si no estás convencido de que lo que estás haciendo es bueno, fácilmente te dejarás llevar por las críticas que puedan surgir en tu contra, ya que éstas, generaran un malestar emocional que querrás sofocar dejándote llevar por la corriente favorable.
¿Pero qué es mejor? ¿Dejarnos llevar por lo que sentimos o por lo que creemos que está bién?
La Biblia nos dice lo siguiente respecto a este dilema: "El hombre de doble ánimo, es inconstante en todos sus caminos" (Stg 1:8) Nuestro ánimo puede cambiar de la noche a la mañana, pero nuestras convicciones deben de ser firmes.
Todo aquel que vive guiado por sus emociones será inconstante en todo lo que emprenda, en cambio aquel que domina sus emociones y es fiel a lo que cree, no tendrá mayores problemas.
La madurez se refleja por medio de nuestro carácter, fruto de lo que creemos y no de lo que sentimos.